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Broilers, víctimas de su propia genética
Imagen de Joel Sartore
El deseo de comer carne de pollo ha hecho que a lo largo de los años se seleccione genéticamente a pollitos para obtener mayor beneficio, como si arrebatarles sus vidas no fuera suficiente.
Nacen en una incubadora, y a los 45 días de vida son enviados al matadero.
Sin una figura materna que les arrope, enseñe a comer, a vivir, en un espacio lleno de suciedad, cadáveres de quienes no han aguantado, hasta el único día que saldrán al exterior.
En tan sólo 1 mes y medio escaso llegan al tamaño de adulto. El dolor del crecimiento en sus huesos y articulaciones les impide moverse con facilidad y ligereza, hasta llegar a un punto en el que sus patas no soporten el peso de su propio cuerpo y se queden postrados en el suelo, impidiendo alimentarse.
Pollito con 2 días de vida
Pollito con 28 días de vida
En el momento del transporte, son lanzados con desprecio a unas jaulas, totalmente al descubierto en el camión, exponiéndose a las temperaturas, siendo la primera vez que salen al mundo, pero no importa que enfermen, o que su delicado corazón lo soporte, porque van a morir igual.
En el matadero son colgados boca abajo en un transportador, sufriendo una vez más en sus extremidades el peso de todo su ser, o colocados en conos metálicos, con el fin en ambas opciones de al rajarles la garganta, que se desangren.
Conos metálicos, imagen Tras los Muros
Degüello, imagen Tras los Muros
Todo esto no se especifica en la bandeja del cadaver fileteado al que llaman “carne” en los súpermercados, porque se intenta ocultar a quién se están comiendo y cómo ha llegado hasta sus manos.
Hay muy pocas vidas supervivientes a este horror en comparación con las millones que son arrebatadas para ser comidas, las que ni siquiera llegan al matadero, y otras miles que directamente tiran, porque la sociedad ha llegado a un punto en el que mata por encima de la demanda.
El placer de comer nunca puede estar por encima de la vida de nadie.