Era un corderito que se encontró en la carretera de Zaragoza, esquivando coches y llamando desesperado a su madre.

La chica que lo rescató se dio cuenta de que no hay diferencia entre una oveja y un perro, que son iguales, que sienten y sufren igual y no dudó en ayudarle. Al ser tan pequeño, necesitaba de la presencia maternal con la que quedarse tranquilo, entre bibe y bibe, y ahí estaba ella para consolarle.

Se adaptó genial al rebaño de ovejas del santuario, con las que pasaba el día, y dormía con nosotras en casa. No le gustaba quedarse sólo ni 1 minuto, se ponía a balar histérico, a consecuencia del suceso que vivió en la carretera.

Su vocecilla característica de bebé llorón es algo mítico en el santuario, y hoy en día, aunque su voz es de adulto, sigue dando la misma pena.

Es muy tranquilo y cariñoso, cercano, que junto a Nico proteje al resto del rebaño de cualquier peligro.